Hace casi 10 años, cuando estaba en la flor de la infancia, la radio era uno mis entretenimientos favoritos. Cuando se lanzaba una tonada en inglés, sin razón alguna, ¡se quedaba en la mente! No exactamente la letra, sino algo como una imitación de tarareo. Intentaba cantar en un idioma desconocido. Solo sabía que pollito se decía “chicken” y conocía a medias “Good Morning teacher”. Eran esos tiempos, cuando Britney Spears ocupaba la posición número uno con “…Baby, One More Time” y los Backstreet Boys eran la sensación de grandes y pequeños.
Quería estar a la moda, sin embargo, ese extraño lenguaje fue un impedimento. Cada vez que trataba de entonar algún coro lo que se desprendía de mi boca eran sonidos sin ningún sentido. Más de algún amigo mío se burlaba y lo chistoso era que tampoco lo podía hacer. La única solución: tararear las canciones. El simple hecho de tararear se convertía en un gran logro. Y cuando lo hacía, nadie detenía que interpretara “In The End” con un simple canturreo.
De niño, las canciones eran estrofas “agradables” que no borraba de mi cabeza. No importaba el significado o lo que trataban de decir. Recuerdo que mi hermano escuchaba a bandas americanas, donde “Son of the bitch” era la frase más gritada por mí. No solo desconocía el motivo de ella, sino el tono de esas palabras. En definitiva, era un mero tarareo sin significado, donde la ingenuidad de un niño despreocupado, se expresa de forma plena.
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